Columna: Ser el otro

CHAT

Por Carlos Herrera

La dramaturgia de Gustavo Ott es una de las más inquietas y aguzadas del actual momento latinoamericano. Su insistente capacidad de otear los ángulos, las circunstancias y las visuales del comportamiento social e individual continúa plasmándose texto a texto. Perspicaz, agudo, inquisitivo con el tratamiento temático que de alguna u otra forma plantee al interrogantes es sinónimo de que existen elementos facturables para poder ser substanciados dentro un producto textual que, quiérase o no, servirá a otros (lector, público, artistas que se comprometan a escenificarlo) a generar diversos alcances reflexivos.

Uno de sus más recientes textos teatrales titulado Chat estuvo en la marquesina del Teatro San Martín de Caracas contando con la puesta en escena del director y actor, Luís Domingo González. En el programa de mano de este montaje se cuela la frase:”Sabrás la verdad y la verdad te hará un desesperado”. Aunque de autor anónimo parece convertirse en un portal para que un tentativo eje temático que puedo extraer de lo que fue la lectura como espectador, fluyese con cierto grado de coherencia: el tratamiento de lo perverso colectivo. Esta vez, explayado bajo la particular capacidad de Ott por tocar las sinuosas como sombrías fronteras entre lo que, en tiempos de globalización, se ha convertido en eso que es la comunicación instantánea. Una comunicación que propone entendidos distintos a los tiempos de hablar y ver al interlocutor cara a cara, donde uno ve, oye y siente que la palabra tiene y connota sentimientos, entendidos, insinuaciones tras el gesto del cuerpo, la manera de cómo se expresa lo verbal y hasta las maneras del intangible psicológico.

Estamos en la era de la comunicación pero que ha generado dos niveles: una real y otra virtual. Somos seres que demandamos estar en contacto con otros pero hay que salvar distancias, ganar tiempo al tiempo, sea bien por razones laborales, académicas u de ocio.

Ahora la soledad se allana con comunicación con otros en distintas modalidades: salones de chateo, sitios de flirteo, páginas personales y un sin fin de otras expresiones que la WEB coloca; desde salones de charla a espacios visuales personales como YouTube o Facebook. Lo cierto es que, la soledad y las ansias de comunicación instantánea fuerza a muchos a migrar a la aventura con lo desconocido.

Chat la podemos ver como un pretendido –aun no acabado- que ya ha sido discurrida por otros autores aunque sin que ello le reste validez. Ott recoge tras el argumento de Chat la bifurcación que va desde la manipulación psicológica a la seducción de nuevos comportamientos: ¿quién sabe que ocultos resortes están tras cada conversación que solo expresa en la pantalla un diálogo del cual no podemos comprobar su autenticidad?

Chat pudo ser más perturbadora sino hubiese sido por la ambición del dramaturgo de abrir demasiadas vertientes a la trama central. El inconciente colectivo que se opera en un salón de chateo hubiese sido puntual para focalizar esos lenguajes, modas, sentimientos, contradicciones, pulsiones y tejidos de conexión que se establecen entre los individuos. Es un universo muy complejo como para situar desde lo paroxístico manipulador ideológico, las trampas del engaño. La “poética de la víctima” pudo ser más delimitada y quizás su impacto sobre cierto segmento del receptor hubiese creado mayor contundencia.

La puesta en escena de Domínguez fue parca en el empleo de elementos escenográficos y en la creación de atmósfera. Colocó a los actores como puntos focales para que el discurso de la pieza fuese esencialmente lo que el espectador debía atender. Las actuaciones fueron justas y desde ahí hubo energía con la platea. Los trabajos de David Villegas y Carolina fueron comprometidos en componer sus papeles; Rubén León denotó entrega aunque pudo ser más orgánico en sus distintos papeles. Mariana Alviárez exhibió oscilaciones técnicas de voz y manejo corporal. Un espectáculo que pudo ser retrabajado con más empeño a fin de otorgarle firme ritmo teatral y deslastrarlo de movimientos excesivos.

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