DRAMATURGIA

El delirio de signo*
Juan Martins

Es saludable des­cribir cómo desplaza el actor su yo per­sonal has­ta separar su forma de alte­ridad. Muchas veces, lo hemos denominado des­do­blamiento, obtener la posibili­dad material de ser otra per­sona. Esto es, una alteridad, un juego de realida­des en el que el actor recurre cuan­do com­pone las característi­cas del perso­na­je que interpre­ta. Es cuando se establece una relación sen­sual, y si se me permite el término, se crea una plas­ticidad semántica. Ya que, al momento de la interpretación, el contenido del persona­je, junto a todos sus signos y significa­dos, es des­plazado a un espacio y tiempo real, una vez consoli­dada esa corporeidad en la pues­ta en esce­na. Y eso es un acto espiritual también, no sólo racional.

[..este constructo aquí se me da porque encuentro desde el actor su lugar espiritual de la representación: es un contenido de significación que me lo dan los signos con que el actor se representa. No es un método cerrado, sino abierto a esas «significaciones». Invierto el proceso y voy desde lo intuitivo e irracional hacia lo racional para poder identificar —más allá de lo psicológico—gran parte de sus sensaciones, del registro orgánico de la actuación. Y quiero entender que lo orgánico puede adquirir aquel nivel espiritual del oficio. Es cuando nos encontramos con puestas en escenas que nos dan regocijo, satisfacción espiritual: puede ser durante toda la obra o en algunos fragmentos de ésta. Pero por lo general, como en la poesía, es un instante que nos atrapa a los espectadores, nos hace responsables de un teatro efímero para decirlo en palabras de Alejandro Jodorowsky. Esa relación efímera con el teatro es, en ocasiones terapéutica. De alguna manera es un alcance espiritual de la obra cuyos significantes sólo se explican desde ese proceso invertido. Una vez más entramos en una relación diferente del sentido, de lo que comunica la obra]
Lo digo así por una razón muy sencilla: el proceso no es igual en cada persona­je, en cada actor, [cómo no puede serlo en cada investigador] es un vérti­ce de posibilidades interpretati­vas, por consi­guien­te, discur­si­vas: el cuerpo dice y desdice, in­terviene de modo polifónico, el cuerpo actúa en fun­ción de la palabra para unirse armoniosamente, cuya expre­sividad decodifica la naturaleza del actor. Esta in­ter­pretación del actor, transfiere la palabra en ac­ción, en la decisiva pues­ta en escena y de aquí su pla­stici­dad, su sensualidad. Pero tal sen­sualidad compila los signos que, inconsciente o deliberadamente, han estado en la ima­gen del autor. El autor, y lo sabemos, ha de­jado decisivamente estable­cido el signo y cómo descifrarlo a través de los diá­logos o indicios, dirigidos a la comprensión del intérprete.
La puesta en escena viene definida, pero el actor, con a­rro­gancia, crea nuevas posibili­da­des enri­queciendo el texto de nuevas expresio­nes. Esta inter­tex­tualidad, natural en el teatro, con­cibe lo que has­ta aho­ra he­mos indicado co­mo alteri­dad poética del espacio ac­to­ral.

(*) Fragmento del libro El delirio del sentido —para una poética del dolor y otros ensayos—, próximo a editarse.

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