DRAMATURGIA

Dos caipirinhas y una ilusión

Juan Martins

Si entendemos con Jean Baudrillard que la función del signo es hacer que desaparezca y con él la ilusión estética, comprendemos entonces que el sujeto pierde la capacidad de interpretar el mundo, el objeto estético, su realidad. Transferir una realidad por la otra, creamos una desilusión del componente estético. ¿Es arte lo que el artista realmente produce? ¿O se estará creando una nueva cosificación de aquel objeto artístico que lo conduce a ser un valor de cambio, una unidad abstracta de uso que media como modelo de ideología y como simple elemento que sustituye la belleza por el mercado: todo se registra en función de un valor abstracto y no real. Lo que concebimos como arte no es sino la idea que tenemos de él. El signo (y con ello el signo teatral) pierde su sentido a cambio de una retórica: el poder. Se repiten las formas hasta alcanzar el modelo de un objeto-fetiche. De esta manera cualquier cosa (no/signo) sustituirá las condiciones del arte y de su ilusión. Si entendemos por ilusión la capacidad de interpretación del mundo por parte del sujeto mediante otras formas, modelos y presencias estéticas. Digo esto porque al ver el espectáculo de «Madre Coraje» en el norte de esta ciudad me encontré, en cambio, con esa relación sensible y humana. El espacio es intervenido en su compleja relación con una comunidad que edifica su propio espacio teatral: la representación es un nivel del discurso que antecede a la necesidad de un grupo de artistas a expresarse: la violencia, la ciudad, la muerte se arreglan en esa unidad significativa que es la representación. Las actuaciones, coherentes ante esa necesidad, desarrollan los niveles emotivos que ello exige: la emoción se racionaliza en parte y objeto teatral: todo el lugar es un componente del espacio escénico. Así que el público participa en esos niveles de la emoción: el actor ha racionalizado el «dolor» (como factor de violencia de nuestras ciudades) para que el espectador alcance interpretar el proceso humano que está integrado: ritmo, música, alegría, baile, amor, sensualidad y textura están dispuestos en la representación. Desde luego que esto adquiere su forma en el marco de lo idiosincrásico: el pueblo, la barriada y el baile. Todo, desarrollado con jóvenes actores/actrices que asignan esa corporeidad para definir un espectáculo orgánico: si entendemos que esa síntesis expresiva es una metáfora de la ciudad, el dolor o la violencia. Eso nos exige nuevas formas, quizás, de sentido teatral. Ya no es (por más brechtiano que sea el espectáculo) «teatro político», más bien, adquiere una definición que está por categorizarse. Lo brechtiano es sólo una técnica que le permite sobre-condicionar aquél espacio escénico y hacia nuevas tendencias de expresión. Independientemente de los niveles alcanzados: lo profesional y lo amateur se suprimen como condición para colocar en la mesa de discusión una pronta conceptualización para redifinir estos espacios escénicos que pueden estar emergiendo. Disponiendo un discurso teatral que sólo así el joven creador de «Belo Horizonte» puede resolver mediante el ejercicio de esas experiencias estéticas. Si entiendo que esta búsqueda (y por favor pido a la audiencia que me corrija) está en proceso y dialogando con su realidad estamos entonces ante un movimiento estético que requiere de ello lo dramaturgos, escritores, actores y actrices los cuales irrumpirán la escena brasilera.

Ahora, si me permiten un ejercicio intelectual con esa realidad, y «Brecht» se convierte en un fetiche, en un modelo estético de acceso al poder para acoplarse a la alienación ideológica del estado y así acceder a subidios, complicidades, apentencias para conquistar un trozo de afán por la gloria. Estamos otorgando valores de uso a condiciones que son fundamentalmente espirituales, humanas y sensibles. Estoy convencido de que aquella no esa experiencia. Al contrario, todo se delimita en nuevas formas de construcción estética. Allí, como contraparte, el otro espectáculo «Aquellos Dos». Desde un lugar diferente de la ciudad están en un proceso de búsqueda. Claro con delimentaciones en el logro estético de ésta, pero construyendo un discurso para hacer de esta ciudad una ciudad de arte, del conocimiento, de la belleza. Por una razón muy sencilla tanto los aspectos ideológicos de una obra como de la otra son temas aquí, en Caracas, en Bogotá. Con sus diferencias introducidas en lo que llamamos América Latina. Pero están allí estructurándose en el discurso y distanciándose (es una posibilidad distante o no) de otras categorías estéticas. Y sino, organizando su propia disciplina estética que nos dice, como dije, de la ciudad. Así que lo importante no es representar la realidad sino que tendremos la necesidad de fundar una imagen. Y prefiero utilizar este término acá para indiciar una relación simbólica que tenemos con el espacio, con la ciudad.

Con todo, es necesario que surjan las voces dramatúrgicas que se idenfican con esa imagen que se está fundando, edificando al margen o dentro del Festival, reuniendo (aun en las equivocaciones) las nuevas voces, la condición de una poética del latinomaricano.

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