COLUMNA CRITICA CARLOS HERRERA

EL TEATRO CUENTA LA HISTORIA DE VENEZUELA


El país dramatúrgico venezolano siempre está por develarnos sorpresas. Estas no están en la novedad si no en esa incapacidad que han tenido grupos, compañías, directores y productores a no ir más allá de un cierto grupo de autores que, por lo general, siendo contemporáneos, parecen todos ir de César Rengifo a los representantes de la “Santísima Trinidad” – J. I. Cabrujas, Román Chalbaud, Isaac Chocrón-, de Edilio Peña a Néstor Caballero, de Rodolfo Santana a José Gabriel Núñez; con alguna mediana suerte, lo que de alguna forma u otra calaron desde las dos últimas décadas del siglo XX a la fecha. Autores y dramaturgas como Eduardo Azuaje, Javier Moreno, José Tomás Angola, Xiomara Moreno, Carmen García Vilar, Carlos Sánchez Delgado u Gustavo Ott por solo mostrar una franja de un teatro que sin ser invisible, han trascendido de lo inédito a lo visible del reconocimiento en premios, escenificaciones, publicaciones y ser, ciertamente –a desmedro de lo que una vez califique como “dramaturgia represada” ser los escritores teatrales en boga al sondear las distintas marquesinas de los teatros a nivel nacional.


Este introito es solo un suspiro para decir que de lo nuestro poco en tablas, en especial, si tratamos de puntualizar que, en la conciencia de quienes tienen la batuta de producir “espectáculos comerciales” sean estos bajo los géneros de la comedia, el drama o la tragedia, parecen siempre estar dispuestos a ver fuera y nunca dentro del país. Así, el teatro nacional queda atrapado entre el olvido, el menosprecio, el desdén y en el peor de los casos, la ignorancia. Es tiempo ya de hacer valer no nuestro. Como los mexicanos: “¡primero lo nuestro, segundo, lo nuestro y finalmente, tercero, lo demás!” No en una actitud impositiva, no es seguirle la sombra a la rueda de lo ideológico de alguna política de Estado que, con bis “nacionalista” hace sentir que, hay que rescatar lo propio y obviar, lo foráneo. No. Es sencillamente, sabernos fieles y coherentes en que tenemos temas, asuntos, obras y un sin fin de autores que esperan su momento de ser llevados a las tablas. He ahí la reconciliación con lo que es ser auténticamente nacional pero sin ser a ultranza “nacionalista ideologizado”.


Saludo así el esfuerzo del profesor Orlando Orsini que supo entender esta entendido y con perspicacia, insufló la concepción del proyecto El teatro cuenta la historia de Venezuela en el Bicentenario. Un acción concreta para un fin determinado y, no obstante, entroncado a rescatar los valores dramatúrgicos propios desde no la fastuoso de una mega inversión sino con contados recursos, una actitud digna y un sentido de entender que el tiempo y las circunstancias ameritan sacar a flote a un grupo de autores relegados y cuyas piezas pueden decir lo que en algún momento era consono a la recepción del público. Es así que en un ciclo de lecturas dramatizadas permitió mostrar como testimonio de momentos, sucesos, eventos, circunstancias que fueron tratados por autores que van desde Luís Peraza a Domingo Navas Spinola, de Jerónimo Pumpa a Víctor Manuel Rivas, de Nicanor Bolet Peraza a Ángel Fuenmayor. Junto a ellos, otros referentes dramáticos como Chocrón, Caballero, Rial, Rengifo o Britto Garcia. El país, la nación, la sociedad, su historia, “ese pasado” que fue de la conquista a la independencia, de la colonización a la guerra federal, desde la resistencia de los primeros venezolanos en contra de un imperio a las luchas de emancipación y así, ese gran mosaico de eventos que coadyuvaron, acrisolaron, forjaron desde nuestra identidad a nuestro carácter nacional.


Un magnífico evento que debería ser permanente en espacios teatrales en especial, en el marco de los teatros centenarios (como el Teatro Municipal, Nacional, Juárez, Cajigal, etcétera) del país como fórmula mediata de reanimarlos y darle el lustre de edificaciones que son íconos


de esa Venezuela orgulloso pero no altiva donde el teatro de autor, el teatro que debe ser referente para insuflar con brío que lo nuestro es tan valedero como lo foráneo y porque hay que persistir en que la memoria nacional no puede abandonarse para estar a la moda de los nuevos temas /argumentos / autores de la postmodernidad.

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