¡TEATRO PARA NO OLVIDAR!

Por Carlos Herrera 
 Dentro de las generaciones grupales que han irrumpido en esta década en la escena profesional venezolana, podemos referenciar dos cuyos trabajos son serios, aplicados y preocupados por ir ascendiendo tanto en calidad, esfuerzo conceptual y búsqueda de expresar preocupaciones que les sitúen en otra esfera del accionar en eso que se llama la dinámica teatral caraqueña. Por un lado, el grupo Teatro Producciones K bajo la dirección de Morris Merentes y, por otro, el Gimnasio de Actores bajo la aplicada tutela de Matilda Corral. Uno y otro, con sus disímiles formas de concebir la puesta en escena, de sumar talentos creativos en sus proyectos y, con suficiente energía y entusiasmo, han ido exhibiendo en un circuito alternativo de espacios, lo que más les preocupa: tener una sintonía sincera con otros públicos y deslindarse de las manidas convenciones que anclan a unos y enmohecen a otros.
 Dos colectivos cuyas expresiones escénicas estuvieron exhibidas en temporadas discordantes pero que supieron ejercer la debida mirada de un segmento de espectadores que lo avaló no solo con un sano aplauso, sino con el reconocimiento en las marquesinas del off off de las carteleras oficiales y privadas para dialogar desde cada escenario, el discurrir de ¿cómo se debe asumir la creación cuando se es son  colectivo joven?, y responder a la par de que no cuenten con subsidios, apoyos publicitarios notorios y con seguimiento de la crítica o periodismo cultural especializado, esas tronantes ganas de marcar huella sinceras y no evidenciar ansias de ser etiquetados como grupos golondrina en estos tiempos donde la estabilidad institucional está siendo vapuleada por diversos factores. Son para este observador dos agrupaciones que evidencian su preocupación por ofrecer alternativas escénicas dignas, concretas y conectadas con el aquí y el ahora de las expectativas de ese otro segmento del consumidor teatral que es un público que ronda entre los 18 y 30 años.
 Sobre Teatro Producciones K le constatamos en la salita del Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, la versión que efectuara Adolfo Nittoli para la pieza del dramaturgo argentino, Jorge Díaz (1930 – 2007), El Quijote no existe. Una producción sencilla como compacta lograda por Robert Chacón. El trabajo del espacio con una planta de movimientos sugestiva permitió sugerir al receptor la aprehensión de varios niveles temporales y acción así como el firme sostenimiento del versátil desempeño histriónico del talentoso, Ernesto Montero. Este actor evidenció prestancia de composición en el reto de este unipersonal para mostrar las figuras de Miguel de Cervantes y un editor de su tiempo en superposición de trama ficcional sobre irónica trama ficcional al doble mundo del pobre hidalgo, Alonso Quijano quien desquiciándose asume el papel del inmortal Don Quijote junto a fu fiel escudero, Sancho Panza. Todo fue encomiable desde el ángulo de las disímiles recepciones. Se trató de un trabajo convincente por su sencillez, frescura y tono alegre. Morris Merentes asumió desde la dirección de esta propuesta una sintonía con su equipo: Yovanni Durán en el diseño realización de vestuario y Pedro Bermúdez en el diseño – realización escenográfica. En resumen, un colectivo que logró un producto teatral plausible.
 Otra positiva cara de la moneda, fue el asertivo logro del Gimnasio de Actores bajo la dúctil dirección de Matilda Corral (egresada del IUDET y Master en Actuación en el Actors Studio Drama School en Nueva York). Joven fémina, clara en su percepción del hacer teatral de esta ciudad o país, con una dialéctica saludablemente contestataria y que sabe cual debe ser su horizonte como profesional teatral. Conformando un taller de formación actoral (o como lo define), ha derivado acciones y trabajos teatrales con voz disidente en el mosaico de actividades que estos años inhalan y exhalan un hacer aplicado, siempre buscando cada día afinarse para ser referentes pero sin regodearse en endebles vanidades.
 El trabajo teatral constado en un espacio no convencional cedido temporalmente por el Banco del Libro en Altamira fue: No hay barcos en Chacao. Es una versión sintética y amoldada a nuestra actualidad social, cultural y de juventud de una cierta clase media caraqueña, de la pieza, Danny and the Deep Blue Sea (1983) del mismo dramaturgo que nos ofreció la pieza, La duda, me refiero a John Patrick Shanley (EEUU, 1950). Un trabajo que explora los caminos de la esperanza cuando las dificultades afloran ante seres que sienten que están bajo circunstancias que les pueden ahogar. Un montaje en franca sintonía con las bases ideológicas de este colectivo que dice: “Hay una búsqueda de incentivar a los actores a emitir opiniones propias sobre temas de interés nacional o internacional. No se busca consenso sino disenso. No necesitamos estar de acuerdo, sólo necesitamos escucharnos y hacernos escuchar”. Por ende, lo visualizado en el grupo de jóvenes conformado por el actor y actriz, Teo Gutiérrez y Gabriela Mata está en plena articulación de esta preceptiva ya que ellos dinamizan un hacer conforme a crecer como creadores de la escena en conjunción con temas, tramas y argumentos que ofrezcan un puente con quien les asuma ser la otra parte, es decir, los espectadores.
 Matilda Corral y su grupo Gimnasio de Actores, es una cantera llena de ricas vetas artísticas que ofrecen su brillo a quienes lo deseen ver. Bajo el proceso de aquilatamiento estuvo la sumatoria de jóvenes talentos que tras el producto y esfuerzo de los histriones se apreciaron; fue así que se enmarcó la labor de Laura Muñoz (edición de vídeo), Mercedes Páez (realización de música) y la música original y viola de Boris Paredes. En No hay barcos en Chacao, está reflejada la faz de quienes desean dar un distinto impulso a la escena caraqueña. ¡Un aplauso sincero a ellos!  

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