Saber que gira envuelta en luz.
sombras,
raíces,
es oír la vertiente
y entrar en el esplendor
del íntimo reflejo.
La tentación del poema me eleva a bordo de Los barcos de la memoria, libro que contiene la poesía completa de Joaquín Marta Sosa, poeta, ensayista y abogado, (1964-2005), admirado escritor venezolano hijo de inmigrantes, nacido en Nogueira, Portugal. Y me someto a Las manos del viento, un viaje difícil, perturbador, casi inenarrable:
Hasta incontables,
y difíciles,
los viajes son así, estremecidos y observados.
(…) luz de tiempo ensombrecido
que no cabe en mi cartera,
Nadie sabe más que el poeta, a qué se refiere cuando confía en la memoria de las manos como testigos del tiempo: ¿será la certeza de la caricia que percibe de la movilísima forma o del calor de los cuerpos? Podría también referirse a la escritura, esa obstinada costumbre de transformar en perenne el pasado y el porvenir, pues el presente se eterniza él solo.
Aquí, desde mi habitación casi en penumbras, a bordo de mi cama transformada en nave, emprendo viaje, pues “la aventura corre en sus mares seductores (…) a pesar de que el barco apetecido / se demora / o nunca llegará (…)” Discrepo levemente del poeta, pues creo a pie juntillas que alguna navío siempre ha de llegar. También confieso como Marta Sosa, que “cada uno defiende como puede / su rosa propia.”
El poema es “Rosa propia”. Y sin decisión racional alguna, siguiendo el vuelo de la mariposa me miro en los espejos que ofrece el poeta, aunque él no lo sepa. Una mente femenina no soporta la orden de no preguntar, y pregunta a riesgo de no encontrar respuesta: ¿Quién es la destinataria de estos versos?
El ser humano es arbitrario y al mismo tiempo obedece a sus rutinas, algo en verdad paradójico. Por eso no se sabemos que nos induce a asomarnos al espejo del otro, o no, todo es cuestión de capricho o de feeling, de un no sé qué. Por eso es tan deliciosamente inquietante adentrarse en las páginas de este libro, bien entrada la noche, con un tazón de té con miel en la mesilla. En la proa paseo tranquilamente por los espejos del escritor sin miedo al rechazo o a la censura. Porque este libro, Los barcos de la memoria, me pertenece, así como mis sueños. Y me pertenece también el derecho a contradecirme, considerando la posibilidad de que mis sueños no sean míos, sino del Ser, en el que estoy felizmente inmersa.
Continúo la aventura hacia Territorios privados, libro publicado en 1999, francamente atrayente desde el título hasta la última línea. Sus páginas atraviesan mis temas predilectos, como la adolescencia, la amistad, el enamoramiento: “…el pasado no existía de tan leve / el futuro era el botín de toda maravilla / (…) ahora bien, amigos / contemplando estas olas indiferentes / desdeñosas / no es de buen gusto / investigar cada naufragio.” (Del poema El naufragio no es lo peor) Se tiene conciencia de la magia de la primera infancia después de algunos años de distancia. En algún punto de la existencia cobra un sentido esencial el juego de canicas, los cuentos, las travesuras, las chapitas, la nana para dormir a las muñecas, las adivinanzas y la cuerda de brincar. El pasado cuando somos jóvenes es ¡tan ligero como una pluma! No pesa, al menos cuando nuestro tiempo de niñez ha sido preservada de lo sombrío. Pero diga usted, amigo poeta, si en una confidencia a un amigo entrañable le hacemos partícipe de nuestros naufragios. Pudiera ser liberador y hasta es posible caer en cuenta de que en cada descalabro sufrido, hemos salido fortalecidos, tal vez un poco más sabios, quizá un poco menos egoístas.
Me siento más amiga que nunca de mis amigos cuando leo estos versos: “Si no hubiese sido por ustedes / qué destino tendría esa memoria / (…) como darle sentido a los pasos que prosiguen / dónde reencontrar los fantasmas queridos / enterrar todos los odiados / (…) a quiénes agradecería ahora / que la vejez no me asuste” (Del poema Momentos preciosos)
Ya amanece, debo ir a tierra, me llaman las promesas del mundo, siempre tan falaz. La esperanza de encontrar lo maravilloso es, no obstante, demasiado tentadora. Y proclamo al igual que mi amado poeta y amigo Arthur Rimbaud:
Así ascender despacio en un inmenso amor
de la prisión del alba a la belleza del día.
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