JUAN LISCANO: Hijo del Sol y del lucero de la tarde

Por Carmen Cristina Wolf

Liscano nació en Caracas en 1915. Fue conocido como poeta, crítico literario, columnista de agudos análisis y protagonista de luchas políticas por la libertad. Supo interpretar el pensamiento y las tendencias de su tiempo; la mayor parte de sus escritos tuvieron como tema esencial la trascendencia ontológica. Fue un hombre de coraje en la exposición de sus ideas, aunque éstas estuvieran en contradicción con las opiniones de la mayoría o de aquellos que detentaban el poder. Defendió sus puntos de vista con apasionada vehemencia.

Conocía en profundidad las enseñanzas contenidas en el Libro de las Mutaciones de Confucio, los Upanishads, el Bhagavad Gita y el Tao Te King, así como la concepción judeo-cristiana del mundo. Su visión del mundo está impregnada de la concepción del cosmos como el juego de los opuestos: el Absoluto, Eterno Masculino, inmanifestado y manifestado a la vez, en unión con el Eterno Femenino, la energía creadora. Buena parte de su obra, recuerda los reclamos que le hace Job a Yahvé ante las calamidades que le azotan, mas en el caso de Liscano su protesta no se refiere a una situación personal, sino a los males que se ciernen sobre la humanidad.

Mi afición por la obra de Liscano y por lo que él representó y representa para nuestro país data de muchos años atrás, cuando leí su libro Nuevo Mundo Orinoco en una edición de 1960. Desde ese momento entendí que estaba en presencia de uno de los poetas trascendentales de América. En sus versos se siente con fuerza su vocación de ciudadano universal, para quien la condición más importante es la Libertad. Liscano sufría por las injusticias del mundo, y sobre todo por la inconciencia de aquellos hombres depredadores que están destruyendo nuestro planeta. Los grandes poderes económicos y políticos, la ciencia mal utilizada puesta al servicio de la ambición, que destruye nuestros ríos, contamina el agua, hace desaparecer los bosques.
La obra poética de Liscano se encuentra sostenida en una unidad temática signada por el deseo de desentrañar el misterio del Origen. Se trata, como lo expresa la filósofa española María Zambrano, de arrancar al Creador aunque sea una palabra, un signo que nos devele el hilo del orden cósmico.

Unas veces trasluce un dolor que se le hacía casi insoportable, traducido en queja destemplada, otras veces apela a la infinita misericordia de la divinidad. Liscano intenta contactarse con lo intangible, que significa para él el nexo más importante y la razón última de todo cuanto existe.

Dios es el compañero inseparable del poeta, bien sea para increparlo o para pedirle claridad y sabiduría, precisamente por su ausencia y su silencio. A medida que Liscano adviene a su etapa de madurez, la íntima soledad, que se hace inexorable para todas las personas, lo acerca cada vez más a sus interrogantes. En una entrevista que concede a Rubén Wisotski le confiesa: “¿Esperanzas? La única esperanza que tengo es la poesía, Yo en ella, y con ella, me abro un espacio. La poesía es la única que me convence como opción. Luego viene el trabajo interior, mi preparación para la muerte y mi meditación sobre el más allá.”

Se siente en sus poemas de los últimos veinte años que la vida ya no lo sorprende. Se instala en él un desencanto de las apariencias, y una desconfianza en la posibilidad de que el hombre en su conjunto pueda trascender su propio egoísmo. La soledad que crea lo desconocido es un estado que raras veces permitimos que aflore. Preferimos distraernos para no pensar en ello por miedo a acercarnos al abismo. Este no es el caso de Liscano, quien siempre bordea los desfiladeros de lo inexplicable. Por momentos él permite que el pensamiento acalle la conceptualización, tal vez por haber cultivado largamente la disciplina de la meditación. Sus reflexiones están signadas por el desasosiego que le causa la prisión del ego, fuente de toda ignorancia y sufrimiento.
Lo cierto es que Liscano nunca permaneció ajeno a los asuntos que conmovían a sus contemporáneos, y señalaba con fiereza todo aquello que hería a los venezolanos, fuere por causa de la ignorancia o del egoísmo: “Creo que los poetas de hoy son muy egocentristas. Se han enfrascado en un purismo estético y además sufren de cierto hermetismo. Son bastante indiferentes a lo que se sale de su obra. Precisamente yo he tenido el problema de meterme a opinar de otras cosas fuera de la poesía y ese deseo de amplitud me ha hecho daño.” (Entrevista en julio de 1990)

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