Reino de Bambina

Juan Martins

Un día en el Reino de Bambina de Alberto Ravara y dirigida por Nino Villezuá me permite encontrarme con actrices a las que he visto desarrollar su trabajo. Otras actrices y actores aquí es la primera vez. En ese caso voy a desglosar algunos aspectos conceptuales de la estructura actoral. Permítanme entonces decir que la actriz María Elena Duque, «Reina glotona» pone de manifiesto su condición de comediante, esto es, la capacidad de desarrollar todo el nivel lúdico que exige un espectáculo infantil cuando construye su discurso desde el «habla» del personaje. El signo verbal aquí pasa por un proceso de construcción: giros del habla, acentos, intenciones (acto de habla) se componen en el marco de su personaje a objeto de que tal comicidad nos llegue en la descripción de aquello que nos hace reír, aquello que se edifica en lo gracioso. Así que el «habla», como parte de la estructura del lenguaje, es el nudo de significación en la obra: el sentido adquiere en el niño la modalidad del humor con el que se representa. La actriz, María Elena Duque, articula el lenguaje en función de esa organización de la comunicación mediante el ritmo y el registro del gesto, creando en el niño su funcionalidad didáctica. Es decir, el niño (en tanto es público como parte del espacio escénico) reconoce en esa representación lo ficcional del personaje: «lo villano» lo acepta en ese orden de lo cómico o de lo que le «parece» a éste gracioso. Los niveles de conciencia del niño (y estamos señalando sus niveles ilustrativos) estarán en la recepción del espectáculo. Desde aquí se centra la estructura de la actuación: el ritmo y la eficacia del movimiento ponen en orden el discurso: simetría-espacio-color (vestuario) como dispositivos que organizan el uso de aquel espacio escénico en procura de la síntesis y la sobriedad. A partir de aquí, insisto, la construcción se ordena en la gracia y el divertimento. Y los niveles de actuación son coherentes en el resto del elenco. Con todo, ha sido placentero encontrarme con esta actriz en el progreso de su comicidad. Un tanto en ese nivel se sostiene la actriz Lilybell Trejo en la representación de «Juglara». Una labor ordenada, simétrica y de ritmo, hilvanando aquel sentido de humor que le exige la obra: la gracia, el adecuado vestuario, los giros verbales y el uso del juglar ascienden en la alegría del público. Estoy seguro de que esta actriz va a entregarnos nuevos registros en su devenir: talento y dominio en la escena y ¡vaya que hallamos talento en esta joven! Esa sobriedad la llevó en la disposición orgánica de su representación. Dispone de una carga semántica en todos sus signos con cuidado y dominio del movimiento, pensando siempre que se está dirigiendo a un público muy especial: los niños.
En esta coherencia de elementos se sostiene Maily Maurera («Anita Tropas»). Su ritmo, el cual subraya el humor, da continuidad al discurso actoral al que hago referencia. Me ha sido, además de divertido, gratificante encontrar estos niveles actorales en estas tres actrices.
Los actores, por su parte, mantienen la estructura de la representación pero sin acentuar aquellos elementos del ritmo. Sólo eso, sostienen la composición. Lo que no quiere decir que no puedan trascender en esa búsqueda. Hay que destacar, en cambio, la presencia del niño Alejandro Maurera en el rol de «Pichón de Monstruo» en compañía de Tomás González como «Monstruo de Cobalandia», quienes nos devuelven la gracia y la edificación del divertimento. La escenografía y el vestuario a cargo de Héctor Becerra trazan las condiciones del espacio escénico: la sobriedad y el color componen tal espacialidad, acentuando también el texto dramático y el perfil de los personajes: el carácter épico del relato infantil. Estoy seguro de que el público sabrá agradecer.

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