El actor que no desea interpretar al «Capitán América»


Por: Juan Martins

Escribir liberado significa escribir con una «emoción intelectualizada». Esto es, encontrar en los estados del inconsciente todo cuanto se pueda dar en el escritor: en cualquier cuerpo escritural se halla la plástica de su expresión, el ritmo, la cadencia. En ese caso, como en el poeta, el desarrollo de la emoción en esa escritura, adquirió, por ejemplo, en Artaud un nivel de revelación y de ruptura lo que es una buena parte de la historia del arte contemporáneo. Es decir, poner en un mismo lugar al poema y al teatro. Lleva, esta forma libre (toda escritura es un acto de libertad), a coincidir con las condiciones de la intuición, lo simbólico y el lenguaje con la poesía. Es un teatro que estamos necesitando en el rigor con la palabra. Joan Brossa (1919-1998) fue el poeta vanguardista, además de dramaturgo, catalán por antonomasia del siglo (X) y es también un buen ejemplo de esa tradición. Así que el actor y el espectador estarán ante una nueva experiencia de ver la poesía en el escenario. Digo esto porque he leído recientemente en dos autores venezolanos: Gustavo Ott con su obra Chat (léase mi artículo en www.criticateatral.wordpress.com) y, desde otro perfil escritural, Polvo de hormiga hembra de la escritora Yoyiana Ahumada. Dos referentes que me permiten decir que hay una inquietud la cual nos refresca la mirada. Toda ruptura produce curiosidad.

Digo eso por lo que he venido sosteniendo en mi condición de crítico: el desarrollo de la intuición (sólo por poner un ejemplo de lo que conocemos bien de la poesía) hace del teatro una reunión con el silencio. No para negarla, como directamente se ha querido hacer ver, sino para afirmarla, dejarle su mejor sustancia: devolverle su relación orgánica con el intérprete. No sé en qué instante la literatura, con la poesía, se separó del canto y de ese intérprete, el actor. Como sabemos, la clasificación de los géneros ha conducido a ver el actor como intérprete pacato y limitado en su conceptualización. Se le impide manifestar una lectura sensual con la palabra, hemos dicho orgánica. Esta experiencia orgánica no ha sido considerada dentro de una nueva teoría. Al punto que el crítico poco piensa y menos organiza en su escritura estas posibilidades de discernimiento que permitan hallar formas expresivas en el actor y, por consecuencia en la dramaturgia. En todo caso, debe seducirnos el hecho de que la estética del actor adquiere su propia solidez en la misma medida de esos hallazgos con la poesía. Sólo que, por no ser una experiencia registrada, se ofrece una resistencia a introducirnos complejamente en el asunto: dejarle el teatro de risa fácil y cómoda a los dueños de las salas y no a los dramaturgos.

Por una parte está el hecho de cómo interviene la formas orgánicas del actor y, en segundo lugar, cómo ese instrumento orgánico desplaza su relación con el público. Estoy seguro de que el público se merece un poco más de inteligencia, un mejor gusto por el arte. Y no dar por resuelto que este público ya no tiene tiempo para reflexionar. Ese silogismo pone en el mismo lugar a Shakespeare y la Stand-up Comedy. No suprimo uno por el otro. Pero, ¡por Dios!, son diferentes como para llamarlos por el mismo nombre.

La estructura poética del dramaturgo, del texto, se interpreta con el actor. No es suficiente una «lectura lineal». El texto es precioso con toda la sensualidad del papel y la lectura lo cual lo hacen un arte en el libro lo suficientemente consistente e independiente. Pero aquí me detengo. Puesto que el teatro es esto y algunas cosas más. Insistamos en que el actor es aquél lector que determina un cambio en la primera forma del texto. Él adquiere de su lectura todo el proceso intelectual necesario, a fin de que logre acceder a una realidad alterna cuya expresión vaya más allá del desdoblamiento conocido. Y conquiste de su oficio un registro ascendente de su propia mirada. Mirar sobre sí mismo. Encarar una posibilidad más abstracta de lo que pueda componer. Siendo así, el ascenso es, a un tiempo, caída hacia el silencio. Porque ha tenido que deslastrar aquella idea que le hace ver la actuación como un portento artificial y artesano. Significa descartar una postura fácil, muy común en el medio actoral e ir un poco más allá. Esto es bueno para todos. Aplaudo esta iniciativa. La necesitamos.

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