Crónica melancólica del espacio

Juan Martins

El espejo, escrita y dirigida por Marisol Gómez, representada en la Librería Las Musas, la cual se nos expone como una experiencia auténtica. Lo es en la medida en que la representación se da en un espacio no convencional: dos actrices movilizan las condiciones del texto en el marco de una propuesta sencilla, pero rítmica y entretenida: el lenguaje (su uso en el espacio teatral) es lo que estructura la propuesta de teatro breve, quizás, corta y finalmente compuesto. Y aquí lo que entiendo por «compuesto» es que, sin mayores ambiciones, esta joven agrupación introduce una performance (por más sometido que esté el término) cuya teatralidad se da justamente en las destreza del diálogo: un personaje determina la acción del otro que es a su vez su propio reflejo: son espejos de sí mismos: el público recepta lo lúdico porque es un juego sencillo que de alguna manera lo hemos hecho real en nuestras infancias y ahora es, ante el público, una modalidad teatral. De allí que disfrute el «evento» -así prefiero denominarle- como expresión de la alteridad de la realidad o, hablando un poco más claro, como un acontecimiento estético.

Así que la representación formaliza tales condiciones para el espectador: la diversión que se sostiene viene dado por aquel hecho lúdico. El diálogo breve le otorga el ritmo con el cual introduce al público en su finalidad teatral: la comedia; una mesa, dos sillas y dos actrices, una frente a la otra como reflejo de sí mismas. La agrupación, «El Teatro de la Uva», se atreve. Y lo logra. Tanto la actriz Adriana Bolívar y Gilmar Bastardo respectivamente lo constituyen sin mayores exigencias. Es decir, reconocen sus limitaciones expresivas y desde ese contexto desarrollan su discurso. Es breve, conciso, pero, como decía, estructurado, dinámico. Y así se define esta agrupación: hacedores de un teatro independiente en la búsqueda de nuevos espacios. Y, hasta este momento, son coherentes con la propuesta. Lo importante acá no es tanto los niveles alcanzados, sino su parte esencial del discurso: lo independiente requiere la búsqueda de lo auténtico. Y allí están integrados a nivel de dramaturgia, producción y finalmente con la actuación. Se sostienen desde la necesidad de hacer un teatro de rigor estético y una disciplina de vida, al que han denominado como cortoteatro. Decir esto no es nada nuevo, asumirlo, en cambio, como experiencia estética es lo que establece la diferencia: admitirlo como discurso, como experiencia potencialmente profesional. Ahora que lo «profesional» se deja en discusión, pasa a ser un término conceptual que se somete a redefinición y a la posibilidad del discurso. No sabremos si esta agrupación alcanzará estos fines. Sólo la experiencia los introducirá en el teatro venezolano. Y si digo «teatro venezolano» es porque así se han definido. Creo que, en el orden de la propuesta, les viene bien una redefinición estética desde el mismo proceso creador. Quizá sea el tipo de experiencia que admite el público. No sólo lo admite, se entretiene con él. Se recrea en un evento que es breve. Y es esta brevedad es la que quiero destacar. Desde luego que la brevedad por sí sola no será suficiente. El ritmo lo sostiene y argumenta esta búsqueda de síntesis dramática contenida de gracia, acción y, vuelvo a decirlo, de dinámica en relación con el espacio teatral. Por su parte, nada nuevo hay en el texto de los diálogos. Incluso, poco argumento literario. ¿Dónde está entonces el logro? En la sencillez. En el uso del espacio actoral y la corporeidad del actor en él: todo aquello que le otorga teatralidad en ese contexto de brevedad teatral. Es el riesgo. Y es lo que estamos necesitando: riesgo, búsqueda. Esta instrumentación del espacio se somete a la posibilidad de nuevos discursos. Ya intentarlo en un contexto cultural alienado es un acto de valentía. No es casual que venga de este grupo de jóvenes. No sé si irreverente, pero sí de riesgo. Lo cual nos pone a un nivel de la experiencia humana del teatro, lejos de la comercialización y la mediatización. La búsqueda se da a lugar. Está por (re)definirse en esa construcción estética. De continuar organizando su experiencia, estamos ante un nuevo grupo emergente. Y eso produce placer estético para los espectadores como para sus creadores. Mucho tienen por delante estas jóvenes actrices que delimitaron su recursos en la representación de lo exigido: una frente a la otra sin que el desplazamiento las delatara ante un compromiso mayor: gestos necesarios representados sentadas y sobre el eje de la actuación: no ir más allá de lo que tienen: decir desde su reales posibilidades. Y eso, hasta donde lo entiendo, es honesto.

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