Por Carlos Herrera
¿Qué es ser teatro reconocido o teatro profesional consagrado?, ¿Dónde el teatro amateur se hace movimiento escénico emergente?, ¿Qué factores inciden para que un colectivo acceda con fuerza e impacto en el circuito de producción, circulación y consumo donde el público de una localidad determinada no solo sabe de su existencia y participa como espectador cautivo o no del hecho de exhibición como muestra del esfuerzo creador de hombres y mujeres que, con alto esfuerzo, están en las verdaderas líneas de batalla del teatro venezolano?, ¿Qué hace que un festival, muestra o encuentro valide con la aceptación de tal grupo o cual espectáculo?, Por qué hay eventos vitrina que tienen aceptación por todos los públicos y otros, en su defecto, son ignorados?
Son múltiples las tentativas respuestas para estas cuestiones. Es difícil contestarlas con argumentos sólidos donde converjan una pluralidad de opiniones, pareceres, criterios, puntos de vista y percepciones; sin embargo, hay presupuestos para las mismas y ellas conforman una especie de visión cliché que marketea que los unos y los otros, es decir, que lo que se ha dado a calificar como “teatro de los visibles” y/o profesionales se distinga a vuelo rasante del denominado “teatro de los invisibles” que, en palabras de un cierto segmento de hacedores y espectadores, es el que esta enmarcado como “underground”, fuera del circuito profesional comercial, ese teatro off off de las salas y espacios culturales donde converge una clase social y no otra.
Uno y otro más allá de quién lo piense, ejecute, promueva, difunda o consuma: es teatro. No hay el teatro de los que no se ven y el teatro de los que bajo cierta visión mórbida, no existe. En Caracas, en pleno mes de Octubre (del 05 al 24) se dio la efectiva circunstancia del concreto de la VIII Muestra Internacional de Teatro y Títeres en las Comunidades que organizado por el Instituto de Investigaciones para el desarrollo del teatro (IIAVE) y cuyo eje vital fue la mano firme y lúcido corazón del maestro Alberto Ravara, articuló un encuentro disímil, plural, amplio, extendido y capaz de proponer las respuestas con que inicié esta nota.
Una realidad que es más que fuerza de cantidad o balances de calidad escénica: es una claraboya límpida para decirnos que hay una dinámica y un hacer que vibra en, tras y por la comunidad, léase, la hecha por teatristas de diferentes filosofías, con trayectorias dispares, con visión de la realidad artística en sintonía o discordante, que late en el seno de una barriada, que emerge en las escuelas o universidades, que anda sus primeros pasos en la lucha por acceder a los circuitos de difusión e, incluso, de un teatro que parece no estar pero que día a día hace de la calle, la plaza, el boulevard, su terreno más fértil para dibujar que el teatro está vivo y haciendo las transformaciones que todos anhelamos.
Una muestra que no solo sumó la capacidad imaginativa, estética, ideológica y/o conceptual que sostiene a directores, dramaturgos, actores, diseñadores, realizadores, productores y técnicos sino que hace que esté un público que sabe de su esfuerzo y los recompensa con su presencia y que al final de cada función, les otorga con respeto, con admiración y sapiencia, la intangible recompensa del aplauso.
Hacer patria es hacer cambios profundos en la conciencia del pueblo. No solo es enarbolar las banderas de un proceso sino que el proceso de toma de conciencia se hace trabajando en las múltiples trincheras del oficio y de crear el país que anhelamos donde el trabajo dignifique, la creación insufle esperanza, que lo sueños sean las promesas recogidas y que, cada individuo no sea una partícula sino un todo: un colectivo en comunidad organizada y con espíritu de estar con la frente en alto en este nuevo siglo. La VIII Muestra Internacional de Teatro y Títeres en la Comunidad de Caracas es vivo ejemplo de que ¡si se quiere, se puede! Que así siga siendo por el bienestar y equilibrio de las artes escénicas del país.
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